Guías o lecciones de la Escuela Sabática para el Estudio de la Biblia

Lecciones para adultos: "Hacer amigos para Dios: El gozo de participar en la misión"

Tercer trimestre (julio-septiembre) de 2020

Lección 11: "Compartir la historia de Jesús"

Para el 12 de septiembre de 2020

Sábado | Domingo | Lunes | Martes | Miércoles | Jueves | Viernes

 

Ir ArribaSábado 5 de septiembre

Lee Para el Estudio de esta Semana: Efe. 2:1–10; 1 Juan 4:7–11; Mar. 5:1–20; Heb. 10:19–22; Gál. 2:20; 1 Cor. 1:30.

Para Memorizar: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:13).

Como se indicó en una lección anterior, nada argumenta más elocuentemente en favor del poder del evangelio que una vida cambiada. La gente puede discutir con tu teología; puede debatir sobre doctrinas; puede cuestionar tu comprensión de las Escrituras, pero rara vez cuestionará tu testimonio personal de lo que Jesús significa para ti y lo que ha hecho en tu vida.

Testificar es compartir lo que sabemos acerca de Jesús. Es dejar que otros sepan lo que él significa para nosotros y lo que ha hecho por nosotros. Si nuestro testimonio consiste únicamente en tratar de probar que lo que creemos es correcto y que lo que otros creen es incorrecto, nos encontraremos con una fuerte oposición. Si nuestro testimonio sobre Jesús proviene de un corazón que ha sido transformado por su gracia, conquistado por su amor y asombrado por su verdad, los demás quedarán impresionados con la forma en que la verdad que creemos ha impactado nuestras vidas. La verdad presentada en el contexto de una vida cambiada marca la diferencia.

Cuando Cristo es el centro de toda doctrina, y cada enseñanza bíblica refleja su carácter, es mucho más probable que aquellos con quienes compartimos las Escrituras acepten su Palabra.

 

Ir ArribaDomingo 6 de septiembre: "Jesús: la base de nuestro testimonio"

Como cristianos, todos tenemos una historia personal que contar, una historia sobre cómo Jesús cambió nuestras vidas y lo que ha hecho por nosotros

Lee Efesios 2:1 al 10. ¿Cómo éramos antes de conocer a Cristo? ¿Qué obtenemos al haber aceptado a Cristo?

A. Antes de conocer a Cristo (Efe. 2:1–3).

B. Después de conocer a Cristo (Efe. 2:4–10).

¡Qué cambio tan asombroso! Antes de conocer a Cristo, estábamos “muertos en delitos y pecados”, “siguiendo la corriente de este mundo”, “haciendo la voluntad de la carne”, y “éramos por naturaleza hijos de ira”. En pocas palabras, antes de conocer a Cristo, deambulábamos sin rumbo por la vida en una condición perdida.

Es posible que hayamos experimentado lo que parecía ser felicidad, pero había una angustia del alma y un propósito incumplido en nuestras vidas. Acudir a Cristo y experimentar su amor estableció toda la diferencia. Ahora en Cristo estamos verdaderamente “vivos”. A través de las “abundantes riquezas de su gracia” y su “rica misericordia” hacia nosotros, hemos recibido el don de la salvación. Nos ha levantado y “nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. En Cristo, la vida ha adquirido un nuevo significado y tiene un nuevo propósito. Como Juan declara: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Juan 1:4).

Lee Efesios 2:10. ¿Qué nos dice este texto sobre cuán centrales son las buenas obras para la fe del cristiano? ¿Cómo entendemos esta idea en el contexto de la salvación por fe “sin las obras de la ley” (Rom. 3:28)?

¿Cómo ha cambiado tu vida gracias a Cristo, un cambio que posiblemente podría ayudar a alguien a conocer a Jesús?

 

Ir ArribaLunes 7 de septiembre: El poder transformador del testimonio personal

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, eran conocidos como los “hijos del trueno” (Mar. 3:17). De hecho, fue Jesús quien les dio su apodo. Una ilustración de la disposición ardiente de Juan tuvo lugar cuando Jesús y sus discípulos viajaban por Samaria. Cuando intentaron encontrar un lugar para alojarse por la noche, se encontraron con la oposición debido al prejuicio de los samaritanos contra los judíos. Se les rehusó incluso el más humilde de los alojamientos.

Santiago y Juan pensaron que tenían la solución al problema. “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma?” (Luc. 9:54). Jesús reprendió a los hermanos, y todos salieron del pueblo en silencio. El camino de Jesús es el camino del amor, no la fuerza combativa.

En presencia del amor de Jesús, la impetuosidad y la ira de Juan se transformaron en bondad amorosa y un espíritu amable y compasivo. En la primera Epístola de Juan, la palabra amor aparece casi cuarenta veces; en sus diversas formas, aparece cincuenta veces.

Lee 1 Juan 1:1 al 4; 3:1; 4:7 al 11; y 5:1 al 5. ¿Qué te dicen estos pasajes sobre el testimonio de Juan y los cambios que tuvieron lugar en su vida debido a su interacción con Jesús?

Hay un principio eterno que es una ley del universo. Elena de White declara bien este principio con estas palabras: “El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno de Dios; él desea solo el servicio de amor; y el amor no puede ser exigido; no puede ser ganado por la fuerza o la autoridad. El amor se despierta únicamente por el amor” (DTG 13).

Cuando estamos comprometidos con Cristo, su amor brillará a través de nosotros hacia los demás. El mayor testimonio del cristianismo es una vida cambiada. Esto no significa que nunca cometeremos errores y que a veces no seremos los conductos de amor y gracia que se supone que debemos ser. Pero sí significa que, idealmente, el amor de Cristo fluirá de nuestras vidas, y seremos una bendición para quienes nos rodean.

¿Cuán bien reflejas el amor de Cristo a los demás? Piensa en las implicaciones de tu respuesta.

 

Ir ArribaMartes 8 de septiembre: Contar la historia de Jesús

¿Quiénes fueron los primeros misioneros que Jesús envió? No estaban entre los discípulos. No estaban entre sus seguidores de mucho tiempo. Los primeros misioneros que Jesús envió fueron hombres locos, endemoniados que unas horas antes habían aterrorizado la región y habían aterrado los corazones de los vecinos de la aldea.

Con un poder demoníaco sobrenatural, uno de estos endemoniados rompía las cadenas que lo ataban, chillaba en tonos horribles y mutilaba su propio cuerpo con piedras afiladas. La agonía en sus voces solo reflejaba una agonía más profunda en sus almas (Mat. 8:28, 29; Mar. 5:1–5).

Pero luego se encontraron con Jesús, y sus vidas cambiaron. Nunca volverían a ser los mismos. Jesús expulsó a los demonios atormentadores de sus personas hacia una piara de cerdos, que luego se despeñaron sobre un acantilado hacia el mar (Mat. 8:32–34; Mar. 5:13, 14).

Lee Marcos 5:1 al 17. ¿Qué les pasó a estos hombres y qué encontraron los habitantes del pueblo cuando salieron a ver qué había pasado?

Los endemoniados ahora eran hombres nuevos, transformados por el poder de Cristo. La gente del pueblo los encontró sentados a los pies de Jesús, escuchando cada palabra de la boca del Maestro. Debemos tener en cuenta que el Evangelio de Mateo dice que había dos endemoniados, mientras que el Evangelio de Marcos proyecta la historia en solo uno de los dos. Pero el punto es que Jesús los restauró física, mental, emocional y espiritualmente.

Lee Marcos 5:18 al 20. Obviamente estos endemoniados transformados, estos nuevos conversos, querían quedarse con Jesús, pero ¿qué los envió Cristo a hacer?

“Esos hombres habían tenido el privilegio de oír las enseñanzas de Cristo por unos pocos momentos. Sus oídos no habían recibido un solo sermón de sus labios. No podían instruir a la gente como eran capaces de hacerlo los discípulos que habían estado diariamente con Jesús. Pero llevaban en su persona la evidencia de que Jesús era el Mesías. Podían contar lo que sabían; lo que ellos mismos habían visto, oído y sentido del poder de Cristo. Esto es lo que puede hacer cada uno cuyo corazón ha sido conmovido por la gracia de Dios” (DTG 307). Sus testimonios prepararon Decápolis, diez ciudades a orillas del mar de Galilea, para recibir las enseñanzas de Jesús. Este es el poder del testimonio personal.

 

Ir ArribaMiércoles 9 de septiembre: Testificar con seguridad

Lee 1 Juan 5:11 al 13; Hebreos 10:19 al 22; y 1 Corintios 15:1 y 2. ¿Qué garantía de vida eterna nos dan las Escrituras que nos permite testificar de nuestra salvación en Cristo con certeza?

Si no tenemos la seguridad personal de la salvación en Jesús, no es posible compartirla con otra persona. No podemos compartir lo que no tenemos nosotros mismos. Hay cristianos concienzudos que viven en un estado de incertidumbre perpetua, preguntándose si alguna vez serán lo suficientemente buenos como para ser salvos. Como un sabio y viejo predicador dijo una vez: “Cuando me miro a mí mismo, no veo posibilidad de ser salvo. Cuando miro a Jesús, no veo posibilidad de perderme”. Las palabras del Señor resuenan con certeza a través de los siglos: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isa. 45:22).

Nuestro Señor quiere que cada uno de nosotros se regocije en la salvación que él ofrece tan libremente. Él anhela que experimentemos lo que significa ser justificado por su gracia y estar libres de la condenación que trae la culpa del pecado. Como dice Pablo en Romanos 5: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (vers. 1). Agrega que podemos tener la seguridad: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). El apóstol Juan confirma que “el que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Juan 5:12).

Si por fe hemos aceptado a Jesús, y él vive en nuestros corazones a través de su Espíritu Santo, el regalo de la vida eterna es nuestro hoy. Esto no quiere decir que, una vez que hayamos experimentado la gracia de Dios y la salvación en Cristo, nunca podamos perderla (2 Ped. 2:18–22; Heb. 3:6; Apoc. 3:5); siempre tenemos la libre elección de alejarnos de él. Pero una vez que hayamos experimentado su amor y entendido las profundidades de su sacrificio, nunca deberíamos elegir alejarnos de Aquel que nos ama tanto. Día a día buscaremos oportunidades para compartir con otros la gracia que nos dio en Jesús.

¿Tienes seguridad de salvación en Jesús? Si es así, ¿en qué lo basas? ¿Por qué tienes esa seguridad? ¿Dónde se encuentra? Por otro lado, si no estás seguro de tu salvación, ¿por qué no lo estás? ¿Cómo puedes encontrar esa seguridad?

 

Ir ArribaJueves 10 de septiembre: Algo por lo cual vale la pena testificar

“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál. 2:20).

Ciertamente hay sacrificios cuando aceptamos a Cristo. Hay cosas que nos pide que rindamos. Jesús dejó en claro el compromiso que se necesitaría para seguirlo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Luc. 9:23). La muerte en una cruz es una muerte dolorosa. Cuando entregamos nuestras vidas ante la invitación de Cristo y este “viejo hombre” de pecado es crucificado (ver Rom. 6:6), es doloroso. A veces es doloroso renunciar a los deseos preciados y los hábitos de toda la vida, pero las recompensas superan con creces el dolor.

Los testimonios poderosos que tienen un impacto que cambia la vida de los demás se centran en lo que Cristo ha hecho por nosotros, no en lo que hemos renunciado por él. Se centran en su sacrificio, no en nuestros así llamados “sacrificios”. Porque Cristo nunca nos pide que renunciemos a nada que sea de nuestro mayor interés retener.

Sin embargo, la historia del cristianismo está llena de historias de aquellos que tuvieron que hacer enormes sacrificios por el amor de Cristo. No es que estas personas se estuvieran ganando la salvación, o que sus actos, sin importar cuán desinteresados y sacrificados, les dieran mérito ante Dios. En cambio, en la mayoría de los casos, al darse cuenta de lo que Cristo había hecho por ellos, estos hombres y mujeres estaban dispuestos a poner todo sobre el altar del sacrificio, de acuerdo con el llamado de Dios en su vida.

Lee Juan 1:12; 10:10; 14:27 y 1 Corintios 1:30. Nuestro testimonio siempre se basa en lo que Cristo ha hecho por nosotros. Enumera algunos de los dones de su gracia mencionados en los textos anteriores.

A la luz de los textos anteriores, piensa en lo que Cristo ha hecho por ti. Es posible que hayas sido un cristiano dedicado toda tu vida, o posiblemente hayas experimentado una conversión más dramática. Medita en lo bueno que Jesús ha sido contigo y el propósito, la paz y la felicidad que te ha dado. Piensa en las veces que te ha dado la fuerza para superar las experiencias difíciles de tu vida.

¿Qué tipo de sacrificios has sido llamado a hacer por el bien de Cristo? ¿Qué has aprendido de tus experiencias que podría ser una bendición para los demás?

 

Ir ArribaViernes 11 de septiembre

Para Estudiar y Meditar:

“La muchedumbre maravillada que se apretujaba en derredor de Cristo no se percató del incremento de poder vital. Pero cuando la mujer enferma extendió la mano para tocarlo, creyendo que sería sanada, sintió la virtud sanadora. Así es también en las cosas espirituales. El hablar de religión de una manera casual, el orar sin hambre del alma ni fe viviente, no vale nada. Una fe nominal en Cristo, que lo acepta meramente como Salvador del mundo, jamás puede traer sanidad al alma. La fe que es para salvación no es un mero asentimiento intelectual a la verdad. [...] No es suficiente creer acerca de Cristo; debemos creer en él. La única fe que nos beneficiará es la que lo acepta como Salvador personal; la que se apropia de sus méritos para uno mismo. [...]

“Nuestra confesión de su fidelidad es el agente escogido por el Cielo para revelar a Cristo al mundo. Debemos reconocer su gracia como fue dada a conocer por los santos de antaño; pero lo que será más eficaz es el testimonio de nuestra propia experiencia. Somos testigos de Dios mientras revelamos en nosotros mismos la obra de un poder divino. Cada persona tiene una vida distinta de todas las demás, y una experiencia que difiere esencialmente de la suya. Dios desea que nuestra alabanza ascienda a él marcada por nuestra propia individualidad. Esos preciosos reconocimientos para alabanza de la gloria de su gracia, cuando están respaldadas por una vida semejante a la de Cristo, tienen un poder irresistible que obra para la salvación de las almas” (DTG 312, 313).

Preguntas para Dialogar:

  1. ¿Cuáles son los elementos de un testimonio convincente? Lee el testimonio de Pablo ante Agripa en Hechos 26:1 al 23. ¿Cuál fue el fundamento de su testimonio?

  2. ¿Por qué crees que nuestro testimonio personal sobre lo que Cristo ha hecho por nosotros es tan poderoso? Explica tu respuesta a la pregunta: Ok, eso es lo que le sucedió, pero ¿qué pasa si no tengo ese tipo de experiencia? ¿Por qué tu experiencia debería ser capaz de enseñarme algo acerca de por qué debería seguir a Jesús?

  3. ¿Cuáles son algunas de las cosas que te gustaría evitar al dar tu testimonio a un no creyente?

  4. Reflexiona sobre la pregunta sobre la seguridad de la salvación. ¿Por qué es esto una parte tan importante de la experiencia cristiana? ¿Cómo podemos estar seguros de nuestra propia salvación y, al mismo tiempo, no ser presuntuosos?

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