Aspectos médicos de las escenas finales de Jesús

El autor(a) Luis A. Amador Morales, al momento de redactar este trabajo era estudiante del Seminario Teológico Adventista de Cuba.

Categoría: Artículos, Estudios, Investigaciones

Introducción

La muerte de Cristo en la cruz es vital para todo el Universo. Sus implicaciones espirituales no caben en la mente humana por mucho que ésta intente calcular o discernir. En cambio, se podría intentar describir los aspectos médicos de sus sufrimientos desde el Getsemaní hasta el Calvario paso a paso, detalle a detalle e impresión a impresión; siendo la cruz uno de ellos.

Para este cometido no se cuenta con la historia clínica del paciente de 33 años, piel blanca, constitución saludable y natural de Nazaret; ni se tienen su cuerpo físico o los restos de su esqueleto, sólo se dispone de un cuerpo de literatura. Las descripciones más extensas y detalladas de la vida y muerte de Jesús se encuentran en los evangelios, por lo que se acudirá a ellos como fuente divinamente autorizada; el resto de los 23 libros del Nuevo Testamento sólo soportan estos eventos. Se recurrirá a los escritos de autores antiguos y modernos, siendo que los especialistas han demostrado la confiabilidad y precisión de los primeros mediante el método legal-histórico de la investigación científica. A ello se sumará la interpretación de expertos basados en conocimientos de ciencia y medicina que no estaban disponibles en el primer siglo.

Aquella noche de jueves del año 31 d.C., en el huerto de Getsemaní, comenzaron las escenas finales de la vida de Jesús; fue llevado al interior de los muros de Jerusalén para un notable trayecto en las horas previas a la cruz. Se le condujo inicialmente a Anás y luego a Caifás, el Sumo Sacerdote. Más tarde fue remitido a Poncio Pilato, quien le reenvió a Herodes. De allí la turba le condujo una vez más a la presencia del procurador romano, quien le azotó y mandó a crucificar. Transitó la vía dolorosa hacia las afueras, y finalmente fue crucificado en el Monte Calvario.

Lejos de toda especulación y con plena objetividad, esta investigación pretende llegar a una comprensión real de lo que Jesús sufrió, y lograr así una visualización nítida de los sucesos con todo sentido profesional y desde una perspectiva médica. Esto hará en la mente humana el impacto que nada, entre tantas cosas, puede hacer hoy.

Capítulo I: En Getsemaní

“Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lucas 22:44).

Jesús pasó su niñez y juventud bajo la edificante disciplina de la carpintería; era un joven de trabajo. Si a eso se le suma que durante los tres años de arduo ministerio sus viajes por Palestina fueron a pie, se puede entender que era un hombre de constitución física fuerte, y por consiguiente de un organismo resistente a la enfermedad. Entonces, es razonable asumir que se encontraba en plena aptitud antes de su retiro al Getsemaní, al noreste de la ciudad.

Allí agonizó en oración por lo que sucedería. A medida que avanzaba hacia este escenario de sufrimientos su cuerpo se tambaleaba como si estuviese por caer, cada paso le era un penoso esfuerzo. Gemía por el pesar que le agobiaba y de no haberle sostenido sus discípulos, en dos ocasiones, habría caído. Cuando le vieron después de su primera oración no le conocieron, la angustia había cambiado completamente su rostro, como lo dijo Isaías: "de tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer" (Isaías 52: 14). La palabra griega para agonía significa "estar ocupado en un combate"; un combate donde agonizó sintiendo que estaba al borde de la misma muerte.

La angustia mental de Jesús llegó a tal extremo que su rostro quedó surcado por un sangriento sudor, como lo describe el médico Lucas, quien a su vez es el único evangelista que registra el hecho. Su descripción apoya el diagnóstico de hematohidrosis o hematidrosis (sudación sanguínea o de un líquido teñido de sangre), en lugar del de cromohidrosis ecrina (sudor carmelita o amarillo-verdoso), o el de estigmatización (sudación sanguínea en las palmas o en otra parte). Aunque la hematohidrosis es un fenómeno muy raro puede ocurrir ante estados emocionales elevados o en personas con problemas de sangramiento. Durante ella las glándulas sudoríparas sufren una hemorragia, tornándose la piel frágil y sensible; los pequeños capilares glandulares se rompen, y de este modo se mezcla la sangre con el sudor.

Especialistas modernos han hecho todo lo posible por descartar el fenómeno de la hematohidrosis bajo la errónea impresión de que realmente no ocurre, pero al consultar la literatura se puede hallar una buena documentación al respecto, pues se ha observado en pacientes con estrés o shock extremo de sus sistemas. Tal es así que se reportan el caso de una joven que tuvo miedo de la invasión de aire después de una explosión de gas ocurrida en casa de su vecino; y también el de otra dama que fue amenazada a muerte por la espadas de soldados enemigos, quien se terrificó tanto que sangró por todas partes del cuerpo y murió de hemorragia a la vista de sus asaltantes.

Este sólo proceso hematohídrico pudo haberle causado a Jesús una marcada debilitación física y un posible shock. Fue un momento de estrés extremo, donde todo su organismo se puso en función de la crisis y el gasto energético resultó considerable, como para quedar extenuado a pesar de la cena de esa noche.

Capítulo II: Entre los muros de Jerusalén

Ante Anás

"y le llevaron primeramente a Anás" (Juan 18: 13).

El próximo evento que tuvo significación médica fue al ser llevado ante el ex-sumo sacerdote. Allí se le infligió el primer trauma físico: un alguacil, al ver la impotencia de Anás frente al sólido argumento de Jesús, lo golpeó en el rostro.

Ante Caifás

"Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote" (Juan 18:24).

De este modo continúa la secuencia de daños corporales; los soldados le cubrieron los ojos, lo escupieron en la cara y le dieron, ya no un puñetazo sino varios, golpeando su rostro con toda furia. (Mateo 26:67, 68; Marcos 14:65; Lucas 22:63-65).

Es válido notar que la zona facial es sumamente sensible a los traumas y propicia a hematomas e inflamación ante el más mínimo golpe. Sólo basta acudir a una sala de Maxilo-Facial para ver rostros desfigurados y adoloridos que atestiguan lo indeseable de la experiencia que atraviesan. Para Jesús los golpes fueron máximos, una dolorosa tortura. Luego fue llevado a Pilato, quien buscando reamistarse con Herodes se lo envió para que dictara sentencia.

Ante Herodes

"Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció" (Lucas 23:11).

Ahora la situación de Cristo se hizo aún más crítica. La turba airada se lanzó hacia él como fiera sobre su presa; fue arrastrado por el suelo como un ser inservible con empujones, patadas, golpes y frases hirientes. Hasta Herodes se unió al vulgo en el intento de humillarlo, y de no haber sido por los soldados romanos, que intervinieron con autoridad y por la fuerza de sus armas, Cristo hubiera sido despedazado delante de sus jueces, no viviendo lo suficiente para ser clavado en la cruz. Esto debió ocasionarle graves molestias al lastimársele los golpes que ya había recibido, y al añadirse otros.

Ante Pilato (II)

"y volvió a enviarle a Pilato" (Lucas 23:11).

Azotamiento

"Así que, entonces tomó Pilato a Jesús, y le azotó" (Juan 19:1).

Una vez pronunciado el veredicto de crucifixión era costumbre amarrar al acusado a un poste del tribunal con las manos por encima de su cabeza. Se le desnudaba, dejando su espalda completamente expuesta, y entonces era azotado severamente por parte de los lictores. La espalda, nalgas y piernas eran flageladas ya fuera por dos soldados o por uno que alternaba su posición de modo que toda la zona dorsal fuera lacerada brutalmente. La severidad dependía de la disposición de las autoridades y tenía el propósito de debilitar a la víctima hasta un estado cercano a la muerte.

Los judíos limitaban sus azotes a 40 golpes por la ley; los fariseos en su énfasis sobre la estricta adherencia sólo daban 39, no fuera que la cuenta hubiese fallado y se excedieran, con lo que estaban quebrantando la ley. Sin embargo, los romanos no tenían límite. Es posible que hayan actuado de este modo con Jesús, quien había sido acusado de sedición, un serio crimen.

La flagelación era un preliminar legal para cada ejecución romana, sólo estaban excluidos los senadores, mujeres y soldados que no hubiesen desertado. El instrumento empleado era un corto látigo llamado flagrum o flagellum, formado por un mango recto al cual se adherían tiras de cuero de varias longitudes. En ellas se tejían pequeños huesos de oveja, y se fijaban cuatro o cinco bolas de plomo que se podían conectar al mango por medio de cadenas. Cada bola tenía un diámetro de unos tres cuartos de pulgada; de ellas afloraban pequeñas puntas de hierro en todas direcciones.

Durante la cuarta estación de excavación conducida por la Universidad de Andrews se encontró una de esas bolas de flagelación con su cadena. Horn se refiere a la experiencia vivida ante el hallazgo en las siguientes palabras:

Recuerdo cómo un estremecimiento pasó por mi cuerpo cuando tomé este cruel objeto en mis manos después que había sido desenterrado. Me pregunté a mí mismo ¿Cuántas espaldas de víctimas desafortunadas desgarró en pedazos esta pequeña bola?

Durante el castigo el pesado látigo era bajado con toda fuerza una vez tras otra; al principio sólo se cortaba la piel, pero a medida que se continuaba, los aditamentos del flagrum iban cavando más hondo hasta alcanzar el tejido subcutáneo. Inicialmente se producía una sudoración sanguínea procedente de los capilares y venas cercanas a la piel, pero luego aparecía un abundante sangramiento de los vasos mayores que irrigan los músculos dorsales. Llegaba a ser una masa irreconocible de tejido sangrante.

Eusebio, un historiador del primer siglo, confirma la descripción cuando escribe: Las venas de la víctima quedaban a la vista, y los mismos músculos, tendones y los intestinos de la víctima eran abiertos y expuestos. Will Durant dice que el cuerpo quedaba hecho una "masa de carne hinchada y sanguinolenta".

El dolor y la pérdida de sangre llevaban generalmente al estado de shock hipovolémico (brusca disminución del volumen total de la sangre), acompañado de hipotensión ortostática (disminución de la presión arterial cuando se adopta la posición vertical), por lo que la extensión de la flagelación muy bien podía determinar cuánto duraría el condenado sobre la cruz. Cuando el centurión que estaba a cargo determinaba que el reo estaba cerca de la muerte, entonces se detenía el azotamiento.

Refiriéndose a Jesús, Fontaner y Simón destacan que Pilato propuso primero la flagelación que se imponía a los reos de delitos menos graves, pues su intención era aplacar el impulso airado de los judíos para que no pidieran una pena mayor. Pero finalmente la pena que sufrió fue una especie de tormento para arrancar declaraciones (quoestio per tormentum).

Pasada la flagelación la espalda de Jesús revelaba largos azotes y fluía copiosamente la sangre. Su rostro estaba manchado y reflejaba agotamiento y dolor. Probablemente estaba en estado de preshock, porque a esta tortura se añadía la falta de alimento, de agua y sueño, lo que hacía la situación más crítica.

Manto de escarlata

Después del azotamiento la tropa romana se reunió entorno a Jesús para burlarse de él, le desnudaron y le echaron encima un manto. Al concluir su sádico deporte se lo retiraron, pero éste ya se había hecho adherente a la espalda sangrante al transcurrir algunos minutos. El brusco tirón, como quitar descuidadamente un vendaje quirúrgico, le debió causar dolor, y las heridas se volvieron a abrir.

Corona de espinas

La burla incluyó colocarle una corona de espinas y darle un cetro para adorarle como rey. Pequeñas ramas flexibles de largas espinas que se usaban en el brasero de leña del patio de la corte, les fueron puestas en forma de corona y oprimidas sobre su cuero cabelludo.

La corona tradicional se ha presentado como un anillo abierto, pero la verdadera corona de espinas debió haber cubierto toda la cabeza. No se sabe con exactitud el tipo de espinas que emplearon los soldados. Hay unas de alrededor de 30 cm. con dos grandes espinas encorvadas y agudas que son de una planta llamada "espina siria de Cristo", propia de los alrededores del Gólgota. Otro tipo de espinas es la de la "espina de Cristo", que oscilan entre diez y veinte cm. de longitud, y son duras como clavos; las ramas se pueden doblar fácilmente.

Al golpearle con el cetro las espinas perforaron la piel de la cabeza y frente, causándole un profuso sangramiento, ya que esta es una de las zonas más vascularizadas del cuerpo humano. La sangre llegó a chorrear su rostro y barba; perdía cada vez más de ese componente vital y, como es de esperar, su cuerpo se debilitaba.

Atendiendo el registro de Mateo no está del todo claro si Jesús usó realmente la corona de espinas en la cruz. Aunque la tradición lo da por sentado, no se tienen pruebas contundentes y definitivas al respecto.

Capítulo III: La Cruz

La crucifixión simila
el matiz de la esmeralda,
pues verde tronco a pedazos
o se descubre o se mancha.
(Calderón)

Historia

Para enfatizar la penalidad, se le imponía al reo azotado la carga de su propia cruz desde el poste de flagelación hasta el lugar de crucifixión, este proceder se había convertido en una costumbre. Según Barbet hubo un tiempo en que se comenzó a usar el patibulum, una larga pieza de madera usada para las puertas; se cree que su peso oscilaba entre las 80 y 110 libras, aunque otros autores se inclinan a que haya sido entre 75 y 125 libras. Este madero era colocado en la nuca y se balanceaba en los hombros; usualmente se ataban a él las manos extendidas del condenado. Jesús había quedado tan debilitado por la flagelación que le resultó imposible cargar el patibulum unos 650 metros más adelante, hasta el Gólgota.

El término crucificar es la traducción del griego staurós. Originalmente esta palabra se refería a una estaca firmemente ajustada al suelo que era utilizada para formar empalizadas defensivas o como instrumento de tortura en el que se suspendía a los transgresores de la ley y se le forzaba hacia abajo sobre la afilada estaca. A tal proceder se le denominó empalamiento, y fue el padre de la crucifixión en el Antiguo Cercano Oriente. Los asirios se caracterizaron por su uso para castigar a los desertores, enemigos y rebeldes; en Persia también era empleado, con la intención de que los pies de la víctima culpable no tocaran la tierra santa. Los textos antiguos no son de todo claros al hacer la descripción de los detalles, por lo que muchas veces no se puede distinguir acertadamente el empalamiento de la muerte sobre una cruz.

La crucifixión era el acto de llevar a la muerte clavando o atando la víctima a la cruz. Tal sustantivo no aparece en el Nuevo Testamento, pero el verbo correspondiente (staurós) aparece frecuentemente. En todo el mundo antiguo se le consideraba como la forma de ejecución más severa, horrible, y vergonzosa. Cicerón la califica como “la más cruel y odiosa de las torturas”, Falvio Josefo le llama “la más desgraciada de las muertes”, mientras que Séneca, en su carta 101 a Lucilius, le dice que era preferible el suicidio que tener que enfrentar la cruz. Su crueldad se basaba en:

  1. La vergüenza pública, al ser el condenado objeto de reproche e indignación de todos los que pasaban por allí.

  2. La lenta tortura, siendo que no se dañaba ninguna parte vital del cuerpo para que el sufrimiento fuese lento. Séneca, el afamado hombre de estado, reporta que los soldados descorazonados y sádicos inclusive traspasaban clavos a través del genital del condenado.

A partir de las numerosas referencias de Herodoto y Tucídides se acredita a los persas el primer uso de la crucifixión, y si en realidad no la crearon lo cierto es que la utilizaba en gran escala. En la inscripción de Behistún Darío cuenta cómo había crucificado a varios líderes rebeldes que había derrotado. Los persas habían consagrado el suelo a su dios Ormayed, y no querían que se contaminara por el toque de los cuerpos condenados. Otras fuentes clásicas consideran que la crucifixión es esencialmente de origen bárbaro.

Esta tortura fue practicada además por los medos, fenicios, cartaginenses, egipcios, sirios, indios, pueblos semíticos (sin contar a los judíos), griegos y romanos. Alejandro el Grande la introdujo en el mundo mediterráneo, esencialmente en Egipto y Cartago, y al parecer los romanos la aprendieron de los cartaginenses, aunque otros creen que fue también de los persas. Se atribuye su introducción en Palestina a Antíoco Epífanes, alrededor del 165 a.C.

Los romanos la aplicaban a los esclavos fugitivos, salteadores de caminos, asesinos, piratas y rebeldes políticos de las naciones subyugadas; pero ni ellos ni los griegos crucificaban a sus ciudadanos. Cuando en raras ocasiones se crucificaron ciudadanos romanos, como por Verres en Silicia y Gallo en España, hubo indignación.

Esta cruel penalidad subsistió en el Imperio Romano hasta el año trece del reinado de Constantino, quien cambió la cruz de un símbolo de pena y dolor a uno de honor y victoria. Este monarca adoptó el cristianismo como resultado de un sueño, donde vio que debía ir contra sus enemigos bajo la insignia de la cruz. Lo hizo así y salió victorioso al ponerla en sus estandartes militares; después de ello no sacrificó más criminales por crucifixión. Sólo en países no cristianos del lejano oriente sobrevivió tal crueldad hasta inicios del siglo diecinueve.

Al llegar a la cruz

En lugares donde el juez no tenía los funcionarios que llevaban el reo a la cruz, lo hacían cuatro soldados (quaternio) y un centurión (exactoar mortis o supplicio proepositus). Alguno reportan que llegado el condenado al lugar del suplicio era despojado de sus vestiduras, y sólo se le permitía conservar un paño alrededor de la cintura y por rarísima excepción se le dejaban las vestiduras. Otros autores apuntan que era despojado de toda su ropa y dejado al desnudo. Jesús no estuvo libre de ser despojado de sus ropas antes de ser crucificado, como lo indican los evangelios, aunque los artistas siempre lo han cubierto agraciadamente en la escena del martirio.

Al llegar al escenario de tortura el condenado era tirado al suelo apoyando su espalda, ese rozamiento hacía que las heridas por flagelación se reabrieran y se contaminaran con polvo. Sus manos eran extendidas sobre el patibulum siendo amarradas o clavadas; esta última opción era la preferida de los romanos. Hay tres criterios en cuanto a cómo era que se sujetaba el reo a la cruz:

  1. Por una parte se cree que era amarrado, se dicen que era una pena no sangrante.

  2. Mengel argumenta que clavar la víctima por las dos manos y los pies era la regla y que atar era la excepción.

  3. Zias sugiere que era el número de personas a crucificar lo que determinaba el método; cuando eran muchos reos se empleaba la forma más simple: atar.

Los clavos que se empleaban eran pasados por las muñecas e insertados en el patibulum. Es interesante notar que se ha demostrado que los ligamentos y huesos de la muñeca pueden soportar el peso de un cuerpo pendiente de la cruz, pero que las palmas no. Probablemente los clavos eran colocados entre el radio y los huesos carpianos, o entre las dos columnas de los huesos carpianos. El nervio sensitivo-motor medio podía quedar gravemente afectado, produciendo un terrible dolor en los brazos y parálisis en parte de la mano. Vale destacar que en la terminología antigua la muñeca era considerada como parte de la mano y no algo independiente de ella. En cuanto a los pies lo más común era clavarlos al madero a través del primer o segundo espacio intermetatarsal. Es probable que el nervio peroneal profundo y las ramas del nervio plantar lateral y medio fueran dañados. La pierna izquierda era puesta detrás de la derecha y las rodillas se dejaban moderadamente flexionadas; se clavaba a la cruz un pequeño tarugo de madera como asiento para los muslos de la víctima, conocido como sedécula. Hallazgos arqueológicos han atestiguado que los clavos empleados tenían entre 13 y 18 cm., de longitud, con una cabeza cuadrada de 1 cm. aproximadamente, algo que revela la crudeza de este tipo de martirio.

Al parar la cruz

Después de clavar a Jesús en la Cruz la levantaron en alto para hincarla violentamente en el hoyo abierto en el suelo; esta sacudida desgarró sus carnes y le ocasionó los más intensos sufrimientos. Hubo una gran tirantez de las muñecas, los brazos y los hombros, resultando en una posible dislocación del hombro y de las articulaciones del codo.

Padecimientos físicos sobre la cruz

Según DePasquale y Burch, al parecer, el mecanismo más indicado para explicar la muerte por crucifixión es la sofocación. El peso del cuerpo era soportado por la sedécula y los brazos se ponían en alto haciendo que los músculos intercostales y pectorales estuvieran tensos y por tanto sus movimientos y normal funcionamiento se veían impedidos. A medida que la diseña (dificultad respiratoria), aumentaba y se incrementaba el dolor en las muñecas y los brazos la víctima estaba forzada a levantar su cuerpo de la sedécula, con lo que transfería el peso del cuerpo hacia los pies y el dolor se acrecentaba, aunque la respiración se facilitaba algo. Cuando el dolor otra vez se tornaba insoportable la víctima se sentaba sobre la sedécula y ahora el peso recaía sobre las muñecas y se tensaban los músculos intercostales. Así el reo se alternaba entre levantarse para poder respirar y dejarse caer para disminuir el dolor de los pies. En ocasiones quedaba inconsciente y no podía levantar más su cuerpo; en tal, posición, con los músculos respiratorios esencialmente paralizados, la víctima se sofocaba y moría.

Debido a la baja respiración los pulmones se colapsaban en pequeñas áreas, causando hipoxia (bajo estado de oxidación en el organismo), e hipercapnia (cantidad excesiva de dióxido de carbono en la sangre). Una acidosis respiratoria, sin compensación por parte de los riñones debido a la pérdida de sangre por la flagelación, hacía que el corazón trabajara con más intensidad para lograr el equilibrio. Los fluidos se acumulaban en los pulmones, y bajo el estrés de la hipoxia y la acidosis el corazón muchas veces fallaba. De forma resumida el mecanismo era:

  1. La baja respiración causaba ruptura de áreas pulmonares.

  2. Las bajas y altas concentraciones de oxígeno y dióxido de carbono, respectivamente, causaban acidosis tisualar.

  3. Los fluidos se acumulaban en los pulmones, haciendo peor la situación de los pasos uno y dos.

  4. El corazón se estresaba y eventualmente fallaba.

El mayor efecto fisiopatológico de la crucifixión era una marcada interferencia con la respiración normal, particularmente la espiración, lo que explica las cortas sentencias pronunciadas por Jesús desde la cruz; no estaba en condiciones físicas como para algo más, sus músculos respiratorios no le respondían con todo el vigor. El proceso implicaba un descenso en la presión arterial y una disminución en el fluido hacia células y tejidos, lo que llevaban a daños de carácter irreversible, desembocando en la muerte. Además, ese continuo ascenso y descenso sobre la cruz hacía que las heridas de los latigazos se reabrieran por la fricción de la espalda con el madero; como resultado continuaba el sangramiento dorsal durante toda la crucifixión.

La agonía era causada de forma general por cuatro factores:

  1. El carácter doloroso pero no fatal de las heridas infligidas.

  2. Posición anormal del cuerpo, que causaba dolor del más ligero movimiento.

  3. La fiebre traumática inducida por estar colgado durante un período tan extenso.

  4. Un intenso dolor de cabeza acompañado de convulsiones.

Era usual que los insectos estuvieran sobre las heridas o dentro de ellas y merodeando los ojos, los oídos o la nariz, y hasta los pájaros molestaban al reo.

Una serie de experimentos fueron ejecutados en un colegio por un examinador y patólogo norteamericano. Él tomó estudiantes que voluntariamente se dejaran atar a una cruz con sus brazos extendidos, e hizo un monitoreo de las funciones vitales de los jóvenes en esa posición. Fue así que llegó la conclusión de que la causa fundamental de la muerte era la disminución de la sangre en los vasos sanguíneos: shock hipovolémico.

Para Jesús la cruz fue un momento de profundo dolor físico. Allí el sudor de sangre brotaba de sus poros, y a la vez de sus manos y sus pies fluía la sangre gota a gota y caía sobre la roca horadada en que estaba erigido el poste principal. Las heridas de los clavos se desgarraban bajo el peso de su cuerpo y su aliento era jadeante, haciéndoe cada vez más rápido y profundo.

Longitud de vida

La muerte raramente se veía antes de las 36 horas de sufrimiento; el tiempo medio establecido era de dos a cuatro días, incluso se reportan casos donde las víctimas vivieron hasta nueve días. Era un proceso lento y tedioso, y se hacía difícil determinar con precisión cuándo cesaba la vida del reo. Jesús murió a las seis horas, algo inaudito, lo que hace pensar que hubo alguna causa contundente y de gran peso para que su vida cesara.

Crucifractura

El método común para concluir la crucifixión era la crucifractura o rompimiento de los huesos de las piernas con un garrotazo a nivel de las rodillas, así la víctima no se podía estirar, y al mantenerse los músculos respiratorios en tensión ocurría la sofocación. De acuerdo a Mayer este proceso producía en un crucificado, si no bien la muerte instantánea, por lo menos la aceleración del suceso. Cristo murió antes de la puesta del sol, y en cumplimiento de la profecía pascual no fue sometido a tal proceder.

Referencias históricas sobre Jesús

Josefo, como de paso, menciona la crucifixión de Jesús en uno de sus escritos al apuntar:

Había por este tiempo, un hombre inteligente, que era hacedor de maravillosas obras. Él atrajo hacia sí tanto a judíos como a gentiles. Y cuando Pilato, a sugerencia del principal hombre entre nosotros, lo había condenado a la cruz, aquellos que le amaban al principio no le abandonaron.

Tácito, el historiador romano, también hace mención de Cristo cuando escribe:

Él, de quien este nombre (Cristianos) se originó, Cristo, había sido ejecutado bajo el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; y esta superstición que había sido suprimida brotó nuevamente no sólo en Judea, la tierra de este estorbo, sino también en la capital (Roma).

Otros renombrados hombres de la historia como Plinio, Suetonio, Talus, Flegón y Luciano de Samosata, dejaron registros con los testimonios de la crucifixión de Jesús; también en el Talmud Judío hace mención.

Bebidas

Habiendo sufrido una severa pérdida de sangre por los numerosos azotes y maltratos, y en un estado de deshidratación severa, una de sus declaraciones finales fue: “sed tengo”. Entonces le ofrecieron dos tipos de bebida: una la rechazó y otra la aceptó.

Era una costumbre hebrea, y no romana, la de dar a los condenados que padecían sobre la cruz una bebida narcótico-analgésica compuesta de vino y mirra preparada por las mujeres. Fue este tipo de bebida que le dieron a Jesús y él rehusó porque quería tener su mente despejada. En cambio cuando le volvieron a ofrecer sí aceptó, pero esta vez era una bebida diferente. Plinio cree que se trataba de una mezcla de vino, agua y huevos llamada Posca, de uso común entre los soldados.

Lanzazo

“e inmediatamente salió sangre y agua” (Juan 19:34).

Se acostumbraba a una segunda práctica con el reo en la cruz: alanzearlo por un costado para darle el golpe de gracia o para confirmar que ya estaba muerto. Este era un modo de estar doblemente seguros de la muerte del condenado. La lanza era introducida entre las costillas más allá del pericardio y hasta el corazón.

Juan, como testigo ocular, detalló muy bien dos aspectos esenciales: 1) El fluido de agua y sangre (griego: haíma kaí hydón). 2) El hecho de que esto tuvo lugar inmediatamente, indicando que los fluidos se habían acumulado antes del lanzazo.

Este pasaje (Juan 19:34) ha sido visto como algo problemático por el hecho de que los cuerpos muertos no sangran. Pero los médicos parecen estar de acuerdo en que un flujo de sangre acumulada, como la expresión “al momento” parece indicar, desde una herida ocasionada poco después de la muerte es posible. La dificultad real es entender cómo y por qué el agua y la sangre estaban tan claramente separadas. Orígenes lo atribuyó a un milagro, exponiendo que como el cuerpo de Jesús no vio corrupción (Hechos 2:31) entonces no sufrió lo que un cuerpo humano sufre al morir.

Pierre Barbet y diferentes especialistas han dicho con basamento técnico, que la sangre que vino del interior del corazón y el agua proveniente del saco pericárdico fue lo que fluyó al aplicarse la lanza al costado. Sugieren que esa agua y sangre fueron acumuladas en la cavidad pleural, entre el costillal y el pulmón. Barbet muestra que heridas del pecho severas pero no penetrantes son capaces de producir similares acumulaciones, y sugiere que el maltrato que Jesús recibió horas antes de su muerte era suficiente para el fluido que emanó al punzonarse la pared de su pecho. Además, hubo abundante tiempo entre el azotamiento y el lanzazo como para que los glóbulos rojos se separaran de la porción más ligera de la sangre, que es el suero.

Otro de los escepticismos en relación con la descripción de Juan se basa en explicar cómo es que la sangre fluyó antes que el agua. Sin embargo, en el griego antiguo, el orden de las palabras generalmente denotaba preeminencia y no necesariamente una secuencia de tiempo. Por tanto, más que el orden en que aparecieron la sangre y el agua lo que Juan estaba enfatizando era la preeminencia de la sangre. El agua pudo ser el suero pleural y el fluido pericardial, y debió haber precedido el flujo de sangre, siendo de menor volumen que éste. Tal vez durante la hipovolemia y el inminente fallo cardíaco hubo efusiones pleurales y pericárdicas que pudieron añadirse al agua del plasma. La sangre, en contraste, debió haberse originado del ventrículo o aurícula derechos o tal vez de un hemopericardio.

El Dr. Stuart Bergsma, médico y cirujano, escribe sobre el agua y la sangre, diciendo:

Una pequeña cantidad de fluido del pericardio, hasta 20 a 30 cc, se halla normalmente presente en buena salud. Es posible que con una herida que atravesara el pericardio y el corazón, saliera bastante fluido del pericardio para que pudiera describirse como agua.

Refiere también los hallazgos post-mortem en varios casos de corazones que sufrieron rupturas y mostraron “La cavidad del pericardio ocupada aproximadamente por unos 500 cc de fluido y sangre recientemente coagulada”.

Otras dos autoridades médicas afirman lo siguiente en el caso de una ruptura del corazón:

La muerte en general es tan súbita que en muchos casos la persona meramente se cae muerta y se la halla muerta. En la gran mayoría de los casos de ruptura completa de la pared del corazón se produce una gran hemopericardia.

Aunque Juan no designó cuál fue el lado del lanzazo tradicionalmente se ha establecido que fue el derecho. Algo que soporta tal aseveración es que la mayor probabilidad de un fluido como el que se describe se debe a la perforación de la aurícula o ventrículo derechos, porque están más distendidos y son de paredes más finas en comparación con las cavidades homólogas que están a la izquierda, que son de paredes más gruesas y están más contraídas. Aunque el lado de la herida no se puede determinar con certera exactitud, el derecho parece ser el más probable.

Su muerte

Muchas son las alternativas que se han buscado para tratar de identificar la causa de la muerte de Cristo. A continuación se enumeran algunas de ellas: 1) La existencia de un aneurisma aórtico o dilatación aguda del estómago; 2) un infarto cardíaco; 3) el estado de agotamiento y la severidad del azotamiento, que resultó en pérdida de sangre y estado de preshock; 4) causas multifactoriales; 5) fallo cardíaco por la acumulación de fluido en el pericardio.

Es bien interesante reflexionar en el hecho de que Cristo murió, contra todo pronóstico, mucho antes de lo que un crucificado normalmente debía morir aunque todas las manifestaciones y factores médicos estuvieron presentes en sus padecimientos; esto apunta a una causa de peso decisivo. No fue el lanzazo, ni el padecimiento en la cruz lo que causó su muerte: Murió por quebrantamiento de corazón causado por la agonía mental.

Conclusiones

Esta investigación ha mostrado una panorámica exhaustiva de cada vivencia final de Jesús médicamente valorable. Ha descrito la hematohidrosis que sufrió en Getsemaní; los golpes que recibió ante Anás, Caifás y Herodes; el azotamiento al que Pilato le condenó y la burla de los soldados al colocarle el manto y la corona de espinas. Posteriormente ha dado un reflejo histórico de la cruz como método de suplicio y de lo que vivió Jesús en relación con ella cuando llegó al lugar donde clavaron sus extremidades, cuando la pararon e hincaron sobre la roca, y todo lo que padeció físicamente cuando fue suspendido sobre tal instrumento de tortura. Enfocando este último instante se detuvo en las bebidas que le ofrecieron, el lanzazo que le fue dado al costado y la causa de su muerte.

Es así que la presente monografía describe lo que muy probablemente aconteció en el organismo de Jesús durante aquellas horas; buscando así impacto y nítida impresión en la mente moderna que ignora la intensidad de su muerte.

Su cuerpo se fue degenerando y desfalleciendo por las agresiones físicas, la falta de alimentos y el insomnio. Toda una gama de causas multifactoriales le hicieron sufrir, y murió prematuramente por una causa que ser mortal alguno ha experimentado hasta hoy: quebrantamiento de corazón, causado por la agonía mental.

Bibliografía consultada

  1. Davis, C Truman. "A medical explanation of what Jesus endured on the day he died", 1982.

  2. Diccionario Bíblico Adventista. Edición Revisada. Ed. Siegfried. H. Horn. Argentina: Asociación Casa Editora Sudamericana, 1995.

  3. Diccionario Bíblico Mundo Hispano. Ed. J. D. Douglas. E.U.A.: Mundo Hispano, 1997.

  4. Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano de Literartura, Ciencias, Artes, etc. Nueva York: W. M. Jackson, Inc, 1946, ver "Crucifixión".

  5. Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas. Décima Edición. Barcelona: Salvat, S. A., 1972.

  6. Edwards, William D., Wesley J. Gabel,y Floyd E. Hosmer. “On the Physical Death of Jesus Christ”, JAMA 21 (Marzo 1986): 1455-1463.

  7. Horn, Siegfried H. "Archeology illuminates crucifixion methods". Adventist Review, abril 1979, 6-10.

  8. McDowell, Josh. Factor de la Resurrección. Barcelona: CLIE, 1988.

  9. Parker, Pierson. "Crucifixion". The Interpreter´s Dictionary of the Bible. Ed. G. A. Buttrick. Nashville: Abingdon, 1962. 1: 746, 747.

  10. Tabor, James D. "The Jewish Roman World of Jesus", 1998.

  11. Teraska, David. "Medical Aspects of the Crucifixion of Jesus Christ (Part I)", 1996.

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