Juan, el Amado

El autor(a) Luis Amador, al momento de redactar este trabajo era estudiante del Seminario Teológico Adventista de Cuba.

Categoría: Artículos, Estudios, Investigaciones

El joven Juan aparece en el escenario de la historia en relación con Jesús. Es como para que nunca se borre la impresión de su persona en aquellos que anhelan cambiar, conocer a Cristo, verle como el centro de sus vidas y llegar a tener su carácter.

El hogar de la infancia de Juan estaba en Betsaida, una aldea de pescadores en la orilla norte del Mar de Galilea. Su padre, Zebedeo, parece haber sido un hombre de bastantes recursos y de cierta posición social y prosperidad; dedicado, junto a sus hijos, al oficio de la pesca. Su madre, que aparentemente fue Salomé, se unió al grupo de mujeres piadosas que suplían las necesidades de Jesús y de los doce en sus viajes por Galilea y por otras partes de Palestina. Una comparación entre Mateo 27:56 y Marcos 15:40 sugiere que su mamá era Salomé, quien puede ser la hermana de María, la madre de Jesús, en Juan 19:25. Si es así, Juan era primo materno de Cristo. Pero no se debe insistir en esto, pues no hay certeza de que el cuarto evangelista está haciendo la misma selección de las mujeres que estaban en el momento de la cruz (de las cuales había varias según Mateo 27:55) que los otros evangelistas. Mucho más debe ser dicho, sin embargo, para la mencionada identificación. Juan era hermano de Santiago, y el hecho de que primero se mencione a Santiago cuando aparecen juntos los nombres de los dos discípulos implica que Juan era el menor de los dos, era más joven.

Ingresa en los evangelios en Juan 1: 35-40, como discípulo anónimo, entre la multitud que escuchaba a Juan el Bautista junto al Jordán. Él y Andrés, hermano de Simón Pedro, fueron los primeros discípulos de Juan el Bautista en seguir a Jesús. Aparentemente Juan fue con Jesús a Galilea unos pocos días más tarde, y asistió a la boda de Caná. Estuvo con Cristo de forma intermitente durante el siguiente año, que fue el período de su ministerio en Judea; parte de ese tiempo el discípulo lo dedicó a la pesca. Cuando Jesús comenzó a ministrar en Galilea lo invitó a ser discípulo permanente, y algunos meses más tarde fue uno de los doce apóstoles escogidos por el Maestro.

De aquí en adelante se asoció muy íntimamente con Jesús en sus labores, llegando, junto a Pedro y Santiago, a ser parte del círculo más cercano a Cristo. Es notable que en la hora de la crisis suprema en Getsemaní, Juan fue uno de aquellos a quienes Jesús buscó para compañerismo en la oración. Probablemente vemos algo de la misma actitud cuando el Maestro le confió a él y a Pedro los preparativos para la última cena con los discípulos (Lucas 22:8). Además, estuvo presente en la resurrección de la hija de Jairo y en la transfiguración en el monte.

Jesús le dio a él y a Santiago el nombre de “Boanerges”, el cual Marcos traduce como, “hijos del trueno” (Marcos 3:17). Era orgulloso, seguro de sí mismo, ambicioso de honores, iracundo y se ofendía fácilmente; a menudo albergaba el deseo de vengarse y lo llevaba a cabo cuando tenía oportunidad. Estos eran graves defectos. En varias ocasiones demostró un espíritu impetuoso, como cuando reprendió a algunos que no eran discípulos formales de Jesús pero trabajaban en su nombre; también cuando propuso que bajara fuego del cielo para que consumiera una aldea de samaritanos que no quiso recibir al Señor. Reveló su egoísmo al solicitar junto a su hermano, los lugares de honor junto a Jesús en su reino futuro. Pero también demostró celo y lealtad al declararse listo para afrontar la muerte con su Maestro.

No fue escogido como discípulo por tener un carácter agradable o noble. Pero por debajo de esta apariencia desalentadora, Jesús discernió un corazón ardiente, sincero y amante. Fue al comienzo un alumno lerdo, pero en quien el Maestro vio un apóstol dinámico. Cuando tomó sobre sí el yugo de Cristo se transformaron su carácter y toda su vida. Al contemplar a Jesús sintió el deseo de asemejarse a Él. Con la confianza y la admiración que la juventud siente por un héroe, le abrió el corazón a Jesús. Siempre estaba al lado de él y como resultado de entregarse más de lleno a esa vida perfecta, llegó a reflejarla más plenamente que sus compañeros. Su espíritu se transformó en el más receptivo y sumiso. Cuando la pura luz del Sol de Justicia le reveló uno tras otro sus defectos, se humilló y aceptó el reproche implícito en la vida perfecta de Cristo, y explícito en sus palabras de consejo y reprobación. A medida que entregaba su vida a las influencias del Salvador, el amor y la gracia divinos lo fueron transformando. Jesús le reveló aquello por lo cual su alma suspiraba: la hermosura de la santidad, el poder transformador del amor.

Juan se distinguió por sobre los otros doce como “el discípulo a quien amaba Jesús” (Juan 21:20). La llama de la lealtad personal y de la ardiente dedicación a su Maestro parecía arder más pura y más brillante en su corazón que en el de sus compañeros. Entre Juan y Jesús se desarrolló una amistad más íntima que la que cultivaron otros. Así como Cristo, por ser el único que conocía perfectamente al Padre, era el único que podía revelarlo perfectamente, así también Juan estaba en magníficas condiciones para presentar en su evangelio las sublimes verdades acerca de Cristo. La profundidad y fervor del afecto de Juan hacia su Maestro no eran la causa del amor de Cristo hacia él, sino el efecto de ese amor. El Salvador amaba a los doce, pero el espíritu de Juan era el más receptivo. Era más joven que los demás y con mayor confianza infantil, abrió su corazón a Jesús.

En la última cena ocupó un lugar junto a Cristo. Cuando Jesús fue arrestado en Getsemaní, lo siguió hasta el palacio del Sumo Sacerdote, donde parece que era conocido; y más tarde al Calvario. En la cruz Jesús le confió a su madre María para que la cuidara con amor. En la mañana de la resurrección corrió a la tumba para ser testigo de que realmente Cristo había resucitado, por el orden de los paños mortuorios. Estuvo presente en la tarde del día de la resurrección, cuando el Maestro apareció a los discípulos en el Aposento Alto.

La más clara información acerca del apóstol Juan se encuentra en los Evangelios Sinópticos, en Hechos y Gálatas. Datos controvertidos son obtenidos de su evangelio, sus cartas, del Apocalipsis y de la posterior tradición de la iglesia.

El discípulo amado es mencionado en tres pasajes en Hechos, y en todos está asociado con Pedro. En la lista de los once en el Aposento Alto se le menciona de tercero, después de Pedro (Hechos 1:13). Aquí, en las vivencias misioneras que tuvieron juntos, era Pedro quien hablaba, ningún hecho o palabra de Juan solo se menciona. Después de la visita a Samaria no hay referencia a que hayan seguido trabajando juntos como equipo.
De acuerdo a la tradición de la iglesia Juan escribió el evangelio que lleva su nombre; primera, segunda y tercera de Juan, y el Apocalipsis. Éste último, entre los cinco, es el único que nombra a su autor, el mismo se autodenomina en Apocalipsis 1:1 “su siervo Juan” (de Dios); da su nombre como Juan cuando escribe su carta a las siete iglesias (Apocalipsis 1:4); se llama a sí mismo el hermano de los cristianos que sufren por la fe; declara que estaba en la isla de Patmos cuando vio la visión que registra en Apocalipsis 1:9 y habla de su función como profeta y la de sus escritos como un libro de profecía. No se llama apóstol o da declaración clara acerca de su exacta identidad. En las palabras de apertura de segunda y tercera de Juan se autodenomina “el anciano”. Habla con una nota de autoridad pero no dice su nombre ni tampoco se llama apóstol. Del mismo modo, el Evangelio de Juan se limita en nombrar a su autor. Nunca menciona a Juan por nombre, aunque en el capítulo 21 dice que “los hijos de Zebedeo” estaban dentro de los siete discípulos a quienes el Jesús resucitado apareció junto al mar de Tiberia.

Posiblemente Juan estuvo entre los apóstoles y ancianos que vivieron en Jerusalén por muchos años (Hechos 16:4). La dominante tradición de la iglesia establece que se mudó para Efeso después de años de liderazgo en Jerusalén, y allí redactó los escritos conocidos como “Juaninos”; dicha tradición, apoyada en Apocalipsis 1:11, sugiere que durante los últimos años de su vida estuvo a cargo de las iglesias de Asia Menor, provincia romana, con sede en Efeso. Desde allí fue exiliado por Domiciano a la Isla de Patmos. Fue echado en un caldero de aceite hirviente, pero al no morir fue enviado a Patmos, aunque se cree que fue libertado cuando Nervas llegó a ser emperador en el 96 d.c. Se dice que murió de una edad muy avanzada y de muerte natural en Efeso, durante el reinado de Trajano que se ubica del 98-117 d.c. Se dice que Policarpo, Papías e Ignacio fueron sus discípulos. De acuerdo con Apolonio, Juan resucitó a un hombre muerto en Efeso (Eusebio. Hist. V.18.14). Ireneo dice que se opuso al herético Cerintus (Her. III.3.4). En su vejez, cuando se debilitó para hablar con el vigor de antes, se dice que era llevado a las reuniones de cristianos y que decía repetidamente: “hijitos, ámense unos a otros”. El testigo clave para la residencia de Juan en Efeso es Ireneo; él dice explícitamente que a través de Policarpo y Papías tuvo reportes directos de la presencia y trabajos de Juan en la mencionada región. Ireneo había escuchado esto de Policarpo cuando él (Ireneo) todavía era un niño. Su testimonio se convirtió en el testimonio aceptado por la iglesia.

La vida de Juan se caracterizó por grandes hazañas de la fe. Pero lo que me resulta más impresionante, y lo que ha hecho el impacto más profundo en mí, es la relación de amistad tan insondable, sincera y sólida que llegó a tener con el Señor Jesús. En esa relación Juan fue totalmente transformado; ese es mi anhelo también, llegar a tener la estatura de la plenitud de Jesús.

 

Bibliografía consultada

  1. Arthur Buttrick George. The Interpreter´s Dictionary of the Bible. Abingdom. Nashville. 1962. Págs: 953-55.

  2. Bromile, Geoffrey W. The International Standard Bible Encyclopedia. William B. Eerdmans Publishing Company. Grand Rapids, Michigan.1982. Vol 2, págs: 1107, 1108.

  3. Horn, Siegfried. H. Diccionario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Asociación Casa Editora Sudamericana. 1ra Edición en Español. 1995. Págs: 669-70.

  4. Rasi, Humberto M. Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día. Pacific Press Publishing Association. 1987. Tomo 5. Págs: 869-70.

  5. White de, Elena. G. Los Hechos de los Apóstoles. Pacific Press Publishing Association. 1995. Pág: 430-3.

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